Autismo ¿Otro ladrillo en el muro?

Presentación ELP- Sede Málaga

Jornada preparatoria PIPOL 8 – 4º Congreso Europeo de Psicoanálisis

My Way: La clínica fuera de las normas.

muro
Autismo: ¿Otro ladrillo en el muro?

Les hablo con sinceridad cuando confieso que estoy en una encrucijada a la hora de armar este escrito: no tengo muy claro de qué hablar, porque si el psicoanálisis nos enseña algo es que “la infancia es un tiempo que dura más que la vida», como dijo alguna vez Ana María Matute, escritora española dedicada a los mundos infantiles. Y es que además, como cada niño es un misterio, un reservorio único por advenir, está la dificultad de encontrar palabras acordes.

Afortunadamente, las ideas presentan el problema -o la ventaja- de que son no sólo fugaces, si no de que nunca son del todo propias. Son el fruto del intercambio, remiten a Otro y a otros. En ese sentido, agradezco a los compañeros de la Red Cereda que asisten mes a mes a las reuniones clínicas. El título se lo debo enteramente a Pink Floyd y su álbum The Wall, que comienza a sonar en mi cabeza como música de fondo, ambientando los pasillos de algunas instituciones por las que transito. Quizás como un modo de queja o reproche camuflado de cosas con las que allí me encuentro. Aunque, ¿qué tendrían que ver los muros con los niños?.

Con todo el batiburrillo que traigo, creo que lo único que puedo ofrecer son algunos retratos de infancia, construidos a partir de cosas vistas y oídas en diferentes lugares por los que he ido circulando en el último tiempo. En definitiva, artilugios apenas ordenados que dan vueltas por la cabeza, mezclándose con ciertos interrogantes y pensamientos que también andan merodeando por ahí. 

Si nos paramos a mirar, se puede decir que lo que está pasando con la infancia es inaudito, en todas las acepciones que el término puede tener: como lo nunca oído, y también como aquello que sorprende por lo insólito y escandaloso. Si hacemos una retrospectiva, tenemos que decir que verdaderamente la infancia y los niños nunca tuvieron un lugar importante en la historia de la humanidad. Más bien se trató siempre -y se trata- de un lugar sin-lugar, lo más alejado a lo “singular”, si jugamos un poco con las palabras. No en vano desde tiempos remotos, diversas voces se unieron al unísono para aclamar derechos para los niños y proteger la infancia. Psicoanalistas de la talla de los Lefort, Françoise Doltó, Maud Mannonni y otros tantos encausaron su vida proclamando un lugar para esos “locos bajitos”, porque después de todo -como decía la Doltó1«del niño se habla mucho, pero al niño…», al niño ¿quién le habla? ; y sobre todo… ¿quien le escucha? ¿Quien se toma el trabajo de conocerlos dignamente, esto es, uno por uno -y desde la clínica- caso por caso?

Alba con 8 años le dice a su mamá: “cuando sea grande quiero ser psicóloga porque el mundo entero va a ser un gran manicomio”. Es una niña muy aguda, no va para nada errada si tenemos en cuenta la realidad que nos toca vivir. Caídas las paredes de los manicomios, son ahora las palabras las que se convierten en piedras2, erigiendo los muros de la segregación y de la indiferencia con diagnósticos feroces, levantando los estandartes de un saber científico preocupado por evaluar y cuantificar a cualquier precio, incluso cuando eso implica ir achatando subjetividades de niños y niñas que llevan vidas extenuantes, con agendas propias de cualquier ejecutivo. Poco espacio para lo que en otro tiempo fue lo propio de la infancia: el juego, la imaginación, el fantaseo, el tiempo libre, etc. “Cultura de la indiferencia” -le llama Josep Ramoneda- para señalar la contradicción del Otro social que designa, por un lado: “tu eres diferente, eres especial”, para luego terminar cerrando la puerta en la cara con un: “no quiero saber nada de tí”, a secas. Como si fuera poco, a todo esto se le suma un sistema educativo que hunde sus raíces en el adiestramiento animal, y -lo que es aun peor- en un método de aprendizaje que toma la imitación como modelo.

Me gustaría detenerme unos instantes aquí. Lo que me viene a la cabeza es una escena que transcurre en un taller de hospital de día destinado a adolescentes “Asperger” de entre 12 y 15 años en el que se les enseña a relacionarse con otros. Como soy nueva en el espacio, mi presencia es el pretexto para ensayar lo que han aprendido -sin h- en clases anteriores sobre cómo iniciar una conversación con desconocidos. Así, cada jovencito se acerca y hace la prueba presentándose ante mí, buscando entablar conversación. Son los compañeros y monitores los encargados de señalar “si lo hace de forma natural”, qué se podría haber mejorado, etc. Uno de los chicos sonaba con ese modo de hablar robótico que se atribuye a los TEA (Trastornos del Espectro Autista) y que se podría pensar desde el psicoanálisis como un uso mimético del lenguaje, como una forma en la que no hay transformación, no hay apropiación. La situación era un poco surrealista porque en las pautas de los monitores lo que se transmitía era un “standard” de diálogo que nos dejaba en el punto más alejado de lo que sería hablar. Como efecto, señalo que tampoco yo sabía muy bien qué preguntar, ni qué decir en esas circunstancias. No se contemplaba para nada a quién se tenía al frente, ni sus características. Fue un acto de lucidez del joven desviarse del guión preestablecido para preguntarme de dónde era, porque dice haber escuchado un acento diferente.

Silvia Bleichmar -reconocida psicoanalista argentina por sus aportes a los temas infantiles- dice algo revelador que enlaza con ésto, la cito: “A mayor nivel de déficit identificatorio, mayor nivel de mímesis. Cuanto menor profundidad, mayor extensión3. Se podría pensar que la identificación entraña la imitación, no hay posibilidad de identificación sin imitación. La niña cuando coge el bolso y los zapatos de la madre para salir (en su juego) imita a la madre y se identifica con ella, pero -cito nuevamente- “el problema de la mímesis es que es una recreación término a término, que tiene la característica de que es una imitación sin transformación”. Mimetizar implica repetir algo de forma idéntica, mientras que la diferencia con la imitación sería que en esta última siempre hay algo propio que se mezcla con los rasgos de eso que se intenta reproducir. Me pregunto si algo de la psicosis infantil puede pensarse en estos términos: algo que el niño repite sin incorporar necesariamente como lenguaje; o incorporándolo sólo parcialmente, con fallas o impasses en estos momentos de constitución. O si, por el contrario puede darse el caso de que se incorpore y luego -en un proceso regresivo frente a algún desencadenante que lo haga estallar- regrese allí, como en diferido. La ecolalia, ¿estaría revelando algo de esto?

Resulta interesante porque la identificación es estructurante (identificación primaria), se liga al entramado narcisista de base y a la represión primaria donde luego vendrá a constituirse el Yo como instancia mas o menos organizada desde donde el sujeto puede entablar lazos de amor y de odio con otros. La mímesis sería un aspecto fallido de la identificación y el lugar donde algo de lo pulsional toma forma pero sólo en superficie, encerrando un caos interno donde los fragmentos de lo real sin transformar no terminarían de acomodarse del todo. Se abre -de algún modo- la pregunta sobre la implicación corporal de los casos más graves, sobre todo en el autismo, ¿qué cuerpo hay allí?. Otra pregunta aparejada sería la del diagnóstico diferencial, que siempre contempla los modos particulares en los que la pulsión retorna. La dificultad diagnóstica en psicoanálisis entraña un circuito de la pulsión que nunca está muy bien delimitado, sobre todo en las psicosis. La pulsión no circula como si fuera siguiendo un mapa político, de líneas nítidas. Más bien estamos en una clínica del inter-dicto y del intra-dicho, y en ese sentido de lo que se trata siempre es de los confines, que es una palabra que toma Lacan en Subversión del sujeto4 y que me gusta mucho porque remite a un límite que está, pero que es difuso, que se confunde. El mismo Lacan era cauto cuando se trataba de la infancia remitiendo siempre a la plasticidad de un sujeto en construcción en el campo del Otro, un sujeto por advenir. Considerando la prudencia lacaniana, quizás tengamos permiso para sostener que puede haber fallas o impasses en la constitución subjetiva que revelarían presentaciones patológicas graves en la infancia -sin hablar de estructura como tal. Justamente por eso es que también allí la intervención “psi” puede ser decisiva y facilitar ciertos elementos u otros. ¿No es esto lo que ocurre con el caso de Nadia?.

Con 13 meses y estando en un estado casi catatónico, Nadia fue acogida por la mirada cálida de Rosine Lefort, quien yendo más allá de lo mortífero -y sostenida en la transferencia al discurso psicoanalítico- pudo captar una mirada viva en la niña y suponer allí, donde todos veían un pedazo de carne, un sujeto de deseo que clama por comunicarse. Si hay amor de transferencia y alguien que escucha, algo es posible aun en tiempos tan tempranos. Se puede leer en el caso5: la niña logra salir de la fascinación mortífera en la que se encontraba -con el consiguiente riesgo de psicosis. Es el acto de nombrarla lo que propicia cierto reordenamiento pulsional; corte del eje a-a’ que le permitirá un acceso a lo simbólico y configurar su Yo.

¡Pero qué difícil hacerse oír con los estridentes ruidos de la máquina de montaje que no para de cortar a todos los sujetos por igual, bajo leyes “ISO” que en su falsa promesa de calidad lo único que producen es una destitución de la condición humana!. Eso es lo alarmante. Se olvida que crecer no es fácil, por el contrario, a veces puede resultar un proceso bastante doloroso; y si no, veamos el caso de Lorenzo y la máquina de montaje.

Lorenzo tiene 4 años y va con su papá a salud mental porque necesita un certificado de su diagnóstico de autismo. Allí es atendido por una psiquiatra experta en autismo que acaba de aterrizar avalada por un programa de investigación de la facultad de medicina (buscando las causas neurológicas de la enfermedad) y a quien acompaño en la entrevista como aprendiz. Para hacernos una idea de este Otro, puedo atestiguar que minutos antes de que llegara el paciente me daba la bienvenida con el pedido de que me ponga la bata blanca con el enorme cartel de “psiquiatra”, a lo que termino accediendo sin oposición pero registrando cierto ninguneo. Eso es lo de menos, porque lo alarmante fue que ese mismo ninguneo se dirigió al paciente y a su padre. Al padre ni se lo miró, a Lorenzo mucho menos. Tampoco se dirigió a ellos por sus nombres. De hecho, la escena es un tanto dantesca porque la médica inicia el interrogatorio de cara al ordenador, a tal punto que el padre de Lorenzo responde dirigiéndome la mirada, mirada que yo sostengo en silencio. No se inviste al paciente con la mirada, ni se lo convoca con la voz, no se lo invita a entrar, ¿y qué ocurre?. Lo que termina ocurriendo es que Lorenzo se resiste por todos los medios a acceder a la consulta y se queda en la sala de espera en un estado de alteración y llanto que no podría describir. Un detalle ocurrido anteriormente, y que define la partida: el padre apenas entra a la consulta se apresura por quitar de la caja de juguetes un chisme de esos que hacen ruidos (con luces y botones de colores), el que pone en lo alto de un estante preocupado porque según expresa, “a Lorenzo no le gustan, se pone mal, nervioso”; movimiento que la experta deshace retornando el juguete a la caja porque “aquí hay que evaluarlo todo”. Afortunadamente, para que el padre pudiera contestar las preguntas del test con un breve “si”, “no” o “a veces”, fui enviada afuera con el niño para que éste no estuviera solo. Allí, y después de un tiempo en el que logró tranquilizarse, Lorenzo consintió mi presencia. Hubo un momento en el que me dirigió la mirada y sonrío. Balbuceó algo que no llegué a entender -porque apenas decía palabras como “agua”, “guapo”, “dame”. A la mirada y a la sonrisa, a la que respondí sorprendida exclamando “¡ahí está Lorenzo!”, se sucedieron una serie de cosas: se levantó la camiseta y enseñó su ombligo, cogió mi mano para señalarse e hizo que le tocara la barriga, empezó a saltar en los sillones de la sala riendo, y de vez en cuando hacía el intento de irse corriendo al pasillo. Pero se detenía cuando iba a buscarlo y le explicaba que allí no se podía ir, que podía jugar en la sala de espera. Más tarde pudo entrar a la consulta donde se sentó encima del padre a condición de no permanecer allí mucho tiempo. Entraba y salía, a veces cerraba la puerta, quedando él del lado de afuera.

La ferocidad del interrogatorio con preguntas del tipo -y leo textualmente- “cuando se le pide que haga dos cosas sólo se acuerda de la primera o de la última”, “le cuesta darse cuenta en qué modo su conducta afecta o molesta a los demás”, “repite los mismos errores una y otra vez incluso después de que se le ayude”, etc. sólo se detuvo cuando el cuestionario llegó a la ultima pregunta, la número 63. Quizás hubiera sido más interesante poder indagar cómo fue la muerte de la mamá de Lorenzo (ocurrida cuando el niño no tenía ni 3 años), o cómo es eso de que tiene una hermanita que es un año menor que él y que llamativamente tiene diagnóstico de “altas capacidades”, o preguntarle al padre cómo se encontraba criando solo a sus hijos, cómo se las arreglaba con el trabajo, como era su vida… ¡tantas cosas! Pero no, estas posibilidades murieron porque ya estaban escritas en la historia clínica -eso es lo que me explicaron cuando pregunté.

Me dirán que exagero, pero no creo que el relato que acabo de hacer logre poner palabras ni a la mínima parte de ese aire mortífero que allí se respiraba. Allí no había ni niño, ni padre, ni aprendiz, ni ningunas de las condiciones que posibiliten la creación de algo que tenga que ver con lo humano. Muy probablemente, si hubiera estado en su lugar, también hubiera dicho que no.

A cerca de la causalidad… algunos recortes de textos

  • 1946, A cerca de la causalidad psíquica (3 años antes de la publicación del Estadio del Espejo): Lacan habla de una insondable decisión del ser que daría cuenta de la locura y donde ubica que no todo depende del Otro, que el sujeto aun en los primeros tiempos de constitución psíquica puede decidir su posición frente a la estructura y a los significantes que vienen del campo simbólico. Se refiere a cómo el sujeto estructura su realidad y explicita que la estructura del mundo humano aparece desde las primeras fases del desarrollo. Hablará también de una discordancia primordial entre el Yo y el Ser y situará el concepto de Imago como pivote, a la que define como, lo cito: “esa forma definible en el complejo espacio-temporal imaginario que tiene por función realizar la identificación resolutiva de una fase psíquica, dicho de otro modo, una metamorfosis de las relaciones del individuo a su semejante«6. La imago viene a responder esa discordancia primordial. En relación al cuerpo (ob. cit. p.179), se pregunta si tiene la función de instaurar en el ser una relación fundamental de su realidad con su organismo.

  • 1960, Subversión del sujeto… (1 año antes del Seminario 9, La identificación donde introduce conceptos de la topología): Toma la polémica frase de Freud “allí donde ello era, yo debe advenir” o al decir de Lacan: “allí donde eso estaba (…) entre esa distinción que luce todavía y esa eclosión que se estrella, Yo (Je) puedo advenir al ser desapareciendo de mi dicho”7. Más adelante se puede leer el párrafo que sigue:

    Pues el psicoanálisis implica por supuesto lo real del cuerpo y de lo imaginario de su esquema mental. Pero para reconocer su alcance en la perspectiva que se autoriza en él por el desarrollo, hay que darse cuenta primero de que las integraciones más o menos precarias que parecen constituir su ordenación funcionan allí ante todo como los elementos de una heráldica, de un blasón del cuerpo. Como se confirma por el uso que se hace de ella para leer los dibujos infantiles”. (ob. cit., p. 765)

Toma el concepto de Trazo Unario y se refiere a éste como aquella “marca invisible que el sujeto recibe del significante”8.

  • 1964, Seminario 11 de los 4 conceptos fundamentales (clase 19): Se refiere al rasgo unario como el fundamento, el núcleo del ideal del yo, pero señala que no está en el campo de la primera identificación. Dice: “el rasgo unario, en la medida en que el sujeto se aferra a él está en el campo del deseo (…) en el reino del significante, allí donde hay relación entre el sujeto y el Otro”9. Agrega que el campo del Otro es lo que determina la función del rasgo unario.

Al parecer, el rasgo unario sería un concepto afín a la lingüística -quizás a la gramática- que marcaría el abrochamiento de un significante. En la medida en que el rasgo unario implica el encuentro entre el cuerpo y lalangue, ordena la concatenación de toda la batería significante, hace que funcione. De este cruce particular quedará una marca, una letra -la “x caída” en la Carta 52 de Freud, esa que nunca pasa a traducirse, que queda abonando el terreno de lo inconsciente. Lo que se recortará a partir de este entrecruzamiento es algo del orden pulsional, de lo real del cuerpo que debe perderse para que el sujeto no quede capturado en un goce mortífero -girando alrededor de un solo significante.

A modo de conclusión, una escena

Evanne gira y da vueltas sujetado de las manos de la monitora mientras el profesor de música canta una canción. Es la monitora la que advierte en su rostro ese placer que rápidamente se convierte en demasiado, ese peligro que proviene del interior de su cuerpo y que lo lleva a desplomarse en el suelo. Solicita al profesor de música que ponga más letra a la melodía y lo haga participar de la canción, porque Evanne “se pierde en el cuerpo”; tiene dificultades para conectar el cuerpo y la palabra, no hay límite ni borde para ese goce desenfrenado. La escena continúa en un lugar de la frontera franco-belga10, ahora el niño gira y cuando le toca su turno se detiene y dice una palabra que es tomada por el profesor para integrarla con los acordes de su guitarra. Sin embargo, el invento no alcanza y el descontrol del cuerpo es tal que Evanne termina ensuciando sus pantalones. La monitora lo acompaña a buscar ropa nueva para cambiarse, y pone palabras:“a veces estas cosas pasan”.

Cecilia A. Cortés.

 Mayo de 2017.

Referencias

  • Bleichmar, S. (2014). Las teorías sexuales en psicoanálisis: qué permanece de ellas en la práctica actual. Paidós.

  • Coproduction Francia-Belgica; Archipel 33 / Les Films du Fleuve / Radio Télévision Belge Francophone (RTBF) y Otero, Mariana (directora). À Ciel Ouvert [documental]. Francia, 2014.

  • Lacan, J. (2007). Acerca de la causalidad psíquica. Escritos 1 Siglo XXI editores.

  • Lacan, J. (1985). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo. Escritos 2. Siglo XXI editores.

  • Lacan, J. (1984). El seminario de Jacques Lacan. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales. Clase 19. Paidós.

  • Lefort, R., & Lefort, R. (1983). El Nacimiento del Otro. Paidós.

  • Ramoneda, J. (2010). Josep Ramoneda: diálogos 0300TV.

Notas

1Doltó, F. (2012). La Causa de los Niños. Paidós.
2Alude a la frase de Lacan en A cerca de la causalidad psíquica: “(…) cuidémonos esmeradamente de no transformar las palabras en piedras.” en Escritos 1, siglo XXI editores (2007). Pág.160

3Bleichmar, S. (2014). Las teorías sexuales en psicoanálisis: qué permanece de ellas en la prática actual. Paidós.

4Lacan, J. (1985). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en Escritos 2. Pág. 762.

5Lefort, R., & Lefort, R. (1983). El Nacimiento del Otro. Paidós.

6Lacan, J. (2007). Escritos 1. Acerca de la causalidad psíquica. Siglo XXI editores. Pág. 185.

7Lacan, J. (1985). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en Escritos 2. Siglo XXI editores. Pág. 763.

8Lacan, J. (1985). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en Escritos 2. Sigo XXI editores. Pág. 768.

9Lacan, J. (1984). El seminario de Jacques Lacan. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales. Paidós. Pág. 264.

10Escena del documental À Ciel Ouvert (2014) dirigido por Mariana Otero.

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