¿(DES)CONEXIÓN?
Hace unos días tuve la oportunidad de encontrarme con una noticia del diario Le Monde1 donde se hacía referencia a una nueva tendencia tecnológica: la desconexión.
Llamó mi atención leer que los grandes cerebros de la tecnología como los empleados de Apple o Google, y muchos otros -aparentemente hiperconectados- de la Sillicon Valley, envían a sus vástagos a un colegio en donde no existe contacto con la tecnología hasta los 13 años de edad. Se trata de la Waldorf School de Península (California), un establecimiento en donde tres cuartas partes de los alumnos son hijos de personas cuya profesión se relaciona con el área de las nuevas tecnologías. Sin embargo, estos padres -los cuales, nos podríamos imaginar, son de esos que tienen toda la tecnología de punta en sus casas y le compran un ordenador al niño para que aprenda a decir mamá en 3 idiomas diferentes- estos padres, en realidad son otros. Son de los que hoy en día el discurso social clasificaría como “retrógradas” en tanto eligen un establecimiento educativo sin ordenadores, donde los niños aprenden a leer y escribir con herramientas arcaicas y fuera de moda como la tiza y la pizarra. Además se instruyen en áreas como la costura, el tejido o el horneado de pan, mientras que aprenden a sumar y a restar dibujando o saltando la cuerda. ¿¡Quién se hubiera imaginado que en algún colegio del mundo se enseñara todavía a tejer!? Y más aún, ¿¡que a ese colegio van los descendientes de estas personas tecnológicamente tan modernas!?. Quizás tenga poca imaginación, pero desde luego yo no creía que esto fuera posible en los tiempos que corren.
Cuando leemos el informe de Le Monde, en donde se pregunta a Pierre Laurent, uno de estos -tan extraños- padres sobre si no le preocupa que sus descendientes se queden fuera de la tecnología, éste replica -cito textualmente-: «El ordenador no es más que una herramienta. El que sólo tiene un martillo piensa que todos los problemas son clavos», y agrega: «Para aprender a escribir, es importante poder efectuar grandes gestos. Las matemáticas pasan por la visualización del espacio. La pantalla perturba el aprendizaje. Disminuye las experiencias físicas y emocionales». Además de inteligencia, sus palabras revelan para mi gusto una gran sensatez, más aun cuando posteriormente destaca que hoy en día todos los niños tienen ordenadores en sus casas.
Muchas veces observo a niños muy pequeños, de escasos año y medio o dos años, que se entretienen viendo las coloridas pantallas de los móviles que sus padres les acercan para que jueguen, y pienso: ¿cómo verá el mundo ese niño? ¿de qué manera la tecnología influirá en la percepción de las imágenes, imprescindibles para que un niño vaya conectándose con el mundo que lo rodea? ¿cómo intervendrá la tecnología en la construcción de su psiquismo?.
El psicoanálisis sostiene que la constitución de la imagen del propio cuerpo, de un cuerpo diferenciado del de la madre, se establece cuando el niño tiene aproximadamente 18 meses. En esta época tiene lugar lo que Lacan denomina el “Estadio del Espejo”, proceso psíquico que implica que la constitución y el desarrollo del yo del niño se realiza en espejo, es decir: el niño ve a otro, a un semejante, capta la imagen de su cuerpo como unificado y a partir de allí puede reconocer su propia imagen. Se puede decir que su percepción visual se adelanta al desarrollo y aunque el cuerpo no esté unificado puede captarlo “como si” lo estuviese. Así se constituye el “yo” de un sujeto. Paso imprescindible para poder diferenciarse del cuerpo de la madre y reconocerse más tarde como sujeto, como persona independiente. Se podría decir que este es el primer eslabón para que el niño monte su propio yo. Nos reconocemos como nosotros mismos a partir de los otros, es la imagen del cuerpo de los semejantes las que, en espejo, inauguran un “yo”. Ahora bien, ¿Qué pasa cuando esos semejantes dejan de ser personas de carne y hueso y son imágenes virtuales, segmentadas en las pantallas de las nuevas tecnologías?. Seguramente este nuevo mundo virtual en el que acogemos a los niños de ahora cause efectos en los adultos del futuro. Con esto no quiero demonizar a la tecnología, -espero que no me malinterpreten-, simplemente creo que hay que tener en cuenta la gran influencia que tuvo desde hace ya varios años y que tiene actualmente para poder entender el mundo en el que vivimos. La tecnología es inseparable de la historia del sujeto y de la humanidad, como en algún momento lo fue también el martillo; y esto tiene sus efectos no sólo en el psiquismo de cada uno, sino también en las relaciones sociales que el ser humano va estableciendo con sus semejantes.
Algo de esto quizás puede apreciarse en los jóvenes -y no tan jóvenes- de ahora con el gran avance de las redes sociales. Las redes sociales de ahora no son como las de hace 15 años, éstos espacios han ido cambiando bastante. Recuerdo que cuando empezó el boom de los “chats” -espacios virtuales para hablar con otros-, éstos eran un lugar para contactar con gente de diferentes lugares, países, religiones, razas, étc. Muchas veces, cuando se entablaba amistad con personas de la misma ciudad, surgía la posibilidad de dejar el espacio virtual y encontrarse en una plaza para “conocerse personalmente”. De estos encuentros muchas veces podían surgir lazos de amistad, relaciones amorosas, compañeros de deportes, vínculos laborales, entre muchas otras cosas. En el espacio virtual del chat se hablaba de lo que había pasado en la reunión o en el partido de paddle del fin de semana y viceversa, en los encuentros reales “de carne y hueso” se seguía conversando sobre lo que surgía en el espacio virtual.
Hubo un tiempo en el que internet era la puerta de entrada para conectarse con el otro, pero una vez en la puerta –aunque las posibilidades eran amplias- podían pasar fundamentalmente dos cosas: o se seguían las relaciones por fuera del espacio virtual, o poco a poco estas relaciones se diluían en el tiempo, en pos de mantener relaciones cara a cara que -dicho sea de paso- era el modo más común de relacionarse. El uso del espacio no sólo influye para que un niño pueda aprender matemáticas, también tiene repercusión en las relaciones humanas.
Mi hipótesis es que los efectos de esos espacios virtuales que anteriormente se llamaban “chats” o “ICQ” y que ahora toman múltiples nombres y se habitan de forma masiva, han provocado tal desplazamiento que ha llevado a la creencia de que las relaciones humanas están dentro de la red -virtual- que es internet, con todo lo que ello implica en tanto el término “virtual” se aplica a un nombre para expresar que la cosa designada por él tiene la posibilidad de ser lo que ese nombre significa, pero no lo es realmente2. Con esta lógica, las “redes sociales virtuales” tienen la posibilidad de ser una red social, pero en sí mismas no lo son. Dependerá del uso que cada uno le de, concibiéndolas como las herramienta que son.
Hoy en día estos espacios han cambiado la noción de cercanía y de lejanía, porque uno puede estar “cerca” de una persona que vive en otro continente y “lejos” de alguien que comparte la habitación de al lado. Rápidamente se puede ver cómo la percepción del espacio cambia, porque el espacio es algo que tiene que ver también con la estructura psíquica del sujeto, un sujeto que -no nos olvidemos- se forma rodeado por la cultura de la época. Asistimos así a un fenómeno de inversión del espacio: se convierte en real el “espacio virtual” y ante esta posibilidad del “como si” que ofrece la virtualidad, el sujeto humano parece ir desconectándose poco a poco del espacio real que le toca vivir todos los días. Como efecto, también cambian las nociones de “adentro” y de “afuera”; nociones básicas que se adquieren en fases tempranas del desarrollo infantil con juegos como el de sacar y meter objetos de una caja -por dar un ejemplo conocido- y que serán la semilla para que más tarde puedan germinar espacios fundamentales para un sujeto, como lo son la delimitación de un terreno “privado”, íntimo, y un terreno “público”.
Esta variación del espacio “virtual/real”, del “afuera/adentro”, “íntimo/público” es sorprendente y se puede observar claramente entre los jóvenes -y repito, no tan jóvenes- de hoy en día. Sin ir más lejos, ahora cuando uno asiste a un concierto -que hasta hace poco era para conectarse “en vivo” con la música y con los ídolos de tal o cual banda-, tiene que esforzarse para buscar un hueco que permita mirar al escenario sin que haya un móvil de por medio. Es difícil de creer pero es absolutamente cierto. Ahora las personas ven a sus ídolos en los conciertos en directo a través de la pantalla del móvil porque es más importante subirlo a la red social que vivir la experiencia en carne propia, – ¿o se vive en carne propia recién cuando se lo ve a través de la pantalla?-. De cualquier forma, se pierde por completo el sentido del “directo”: ¿qué sentido tiene verlo por el móvil estando de pie frente al escenario si para eso se lo puede ver por youtube?
La (des)conexión con el otro está intermediada por la tecnología; -¿o deberíamos decir intervenida para algunos casos?-. Parece ser que a los sujetos humanos cada día nos cuestan más las relaciones cercanas, cara a cara, que nos ofrece lo real del cuerpo del otro. En la artimaña del “como si” ofrecido por la virtualidad vivimos “como si” estuviéramos viviendo, pero como dice en el artículo de Le Monde, “(…)La pantalla perturba el aprendizaje. Disminuye las experiencias físicas y emocionales». Quizás el desafío del sujeto consista en descubrir la medida justa, aquella que permita la conexión con el otro y no el efecto adverso, ahí entra en juego la responsabilidad de cada uno por los tipos de vínculos que crea.
Esto, trasladado al terreno de las terapias es aun más complejo -y muchas veces preocupante- ya que ahora hay muchos profesionales -incluso algunos psicoanalistas- que se dedican a realizar terapias “online” bajo el lema de que “la imagen no es importante porque se trata de trabajar con la palabra”, o bien recurren a la videoconferencia para contactar con el paciente y en muchos casos para “conocerlo”. No digo que en determinados casos internet o el teléfono mismo no puedan ser una herramienta importante -que si lo son, sobre todo en las urgencias-, simplemente es primordial no perder la perspectiva de las cosas. Para el psicoanálisis, si bien la palabra es imprescindible, también lo es la presencia real de los cuerpos en un espacio físico que delimita un vínculo muy particular entre paciente y analista -relación que en psicoanálisis toma el nombre de transferencia- en donde cada quien tiene un lugar específico -el analista dentro de la relación transferencial representa el inconsciente-, en un lazo específico que para que se constituya como tal requiere de los tres registros: Imaginario -lo que en su mismo nombre ya implica algo que tiene que ver con la imagen-, Simbólico -involucra la palabra en su dimensión de símbolo, que permite representar otra cosa, y Real -lo que incluye de algún modo aquello que justamente no puede ser simbolizado, nombrado. Esto es así no porque lo dijera un analista importante como Lacan, sino al revés; si se ha conceptualizado así es en tanto el sujeto humano implica un conglomerado de estas tres cosas. Pichón Rivière, desde su perspectiva grupal dice algo parecido, él definía la conducta humana en 3 áreas que involucran la mente, el cuerpo y el mundo externo, la cultura. La presencia del cuerpo real importa -o al menos debería ser importante-.
Quizás lo que si sea substancial y merezca la pena reflexionar, es el hecho de que hoy en día la presencia física de las personas se diluye en los espacios de internet, y con ello todo lo que pasa por lo real del cuerpo, como los afectos, esos que a veces cuesta describir y que siempre tienen sede corporal –“las mariposas en el estómago”, “los nudos en la garganta”, etc.- sensaciones que muchas veces se presentan como angustias, fobias, ataques de pánico, etc. y que insisten en mostrarnos que también “de carne somos…”.
Cecilia A. Cortés
Abril de 2013
Notas: