Françoise Doltó

Fragmentos de Infancia. Breve Reseña de la Obra de Françoise Doltó

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F. Doltó no sólo destacó en el mundo del psicoanálisis por sus aportaciones teóricos-clínicas, aportes que revelan una posición que hasta el día de hoy puede caracterizarse como “controvertida”, aunque quizás sea esa justamente la fuente de su riqueza. En este sentido, se puede afirmar que la obra de Doltó es una fuente inagotable de interrogantes que ayuda al psicoanalista a realizar su quehacer clínico no sólo con niños sino también con adultos, en tanto comparte su experiencia y su modo de hacer psicoanálisis abiertamente. Da cuenta de sus intervenciones, sus aciertos y desaciertos; al mismo tiempo que reflexiona sobre su experiencia en su modo de ejercer su función de madre. A esto hay que sumarle el valioso testimonio que nos deja de su propia infancia, lo que nos acerca de algún modo a la lógica del discurso infantil.

Esta mirada que abarca puntos de vistas diferentes se traduce en una trama discursiva que la llevará a una transmisión del psicoanálisis en ámbitos que no son estrictamente “psicoanalíticos”, dirigiéndose más bien a otras instituciones que ejercen un papel importantísimo en el desarrollo del niño; a saber: la familia y la escuela.

Habitada desde la niñez por diversas inquietudes que la llevan a querer ser “médico de educación”, irá a lo largo de los años dirigiéndose en primer lugar a los padres y a los docentes, abriendo el discurso psicoanalítico también a todos aquellos interesados en cuestionarse la realidad social y el discurso social, aquel que se erige como el discurso oficial (discurso amo) de una época. Lo que realizó no es poco si pensamos que a partir de sus intervenciones en la radio y luego en la televisión ha contribuido a que el vocabulario del psicoanálisis entrara poco a poco a formar parte del lenguaje común en Francia.

F. Doltó interrogará a la familia y a la escuela, como representantes de la sociedad, sobre el lugar que en ella ocupa el niño y la infancia en general. Sostiene una visión crítica que la lleva a denunciar que: “De él (del niño) se habla mucho pero, a él (al niño), no se le habla”1.

Ahora bien, ¿qué sería hablarle al niño? Quizás llegados hasta aquí, tome relevancia la pregunta si consideramos que a lo largo de la historia de la humanidad el niño ha ido ocupando un lugar de exclusión, apartado de la sociedad y la familia.

Muchos son los psicoanalistas de niños, psicólogos y pedagogos que ponen de relieve que si bien niños han existido siempre, la infancia (tal como se la entiende hoy, como período inicial de la vida humana) es un concepto moderno que empieza a construirse más bien a fines del siglo XIX. En este contexto, la propuesta de Doltó se erige como novedosa y polémica, ya que dirige su atención a un colectivo cuya característica principal durante siglos había sido la de “ocupar un lugar de no lugar”, como lo expresa Raúl Levín2.

En “La Causa de los Niños – Guía para padres”, libro de Françoise Doltó publicado por primera vez en el año 1985 y reeditado en el 2012 por la editorial Paidós, la autora aclara de antemano que “la causa de los niños está muy mal defendida en el mundo”3 principalmente por 3 razones que ahora sólo menciono pero sobre las que volveré más adelante:

  1. El discurso de la ciencia, que toma al niño como objeto de investigación,

  2. La preocupación social de rentabilizar el costo de los niños, y

  3. El miedo que los adultos sienten frente a los niños

Casi 30 años han pasado de la aparición de la obra, y sin embargo se puede pensar que todo esto aun sigue vigente en nuestros días. De tal manera que, este nuevo enfoque que se propone a modo de prevención y que analiza en profundidad las relaciones que los adultos mantienen con los niños, es digno de leer (o por lo menos ojear). Y esto sobre todo si se tiene en cuenta que son muchos los padres que aparecen desolados solicitando ayuda a los profesionales de la salud, a los maestros, o que van buscando esa especie de “manual” porque no saben cómo hacer o qué con aquello que dicen que es “su niño/a”.

El niño, ese viejo desconocido

Se puede decir que circula en el imaginario social una representación de la infancia que es producto de aquel discurso que en cada época se erige como normativo y que regula los lazos sociales entre sujetos. Una de las preguntas que introduce la lectura de Doltó es en qué medida estas representaciones favorecen u obstaculizan el acercamiento a los niños y, complejizando un poco más la cuestión, Doltó interrogará especialmente a los adultos a cerca del lugar que éstos le otorgan a los niños y niñas.

Haciendo una mirada retrospectiva y tomando los puntos más sobresalientes de la historia, diremos que predomina una falta de reconocimiento al niño que lo lleva a ser víctima de un importante rechazo y malos tratos, ubicando al infanticidio (tan común en los siglos XII y XIII) en el punto más álgido de las acciones brutales ejercida contra éstos.

Quizás el hecho más significativo que da muestra de la carencia de un lugar para la infancia sea mencionar que hasta el siglo XVII, el niño no era representado en la pintura, como destaca Ariès4. Hasta entonces era visto simplemente como un adulto reducido, y eso en el mejor de los casos.

No hay que perder de vista que pueden ser varias las condiciones de la época para que la infancia tuviera un lugar segregado de la sociedad. En primer lugar hay que mencionar el alto índice de la mortalidad infantil, al igual que los numerosos casos de mortalidad materna al momento de dar a luz; configurando una ecuación en donde la niñez se vinculaba directamente con la muerte. Esto influía en la relación que los adultos mantenían con los niños, en tanto lo que predominaba era una especie de “barrera protectora” que impedía vincularse con un niño hasta que al menos existiera un mínimo de seguridades de que éste podría sobrevivir. ¿Para qué vincularse con un niño que tiene altas probabilidades de morir? (con el monto de angustia que esto despierta en cualquier sujeto, claro). Así, hasta que no existieran esas seguridades, el niño era ignorado y/o rechazarlo. (Ariès, P. Ob. Cit., 1987).

Por otro lado, la burguesía de la época sancionaba fuertemente que sea la madre la que se encargara de la lactancia; con lo cual el niño que sobrevivía pasaba directamente a los brazos de las nodrizas que eran las luego que se encargaban de la crianza.

En este sentido, durante el Renacimiento fue importante la influencia de la iglesia que, a través de diferentes imágenes, alentaba a la lactancia materna y la relación afectiva entre el niño y la madre. Si tenemos en cuenta la tan difundida iconografía de la virgen con el niño en brazos o el nacimiento de Cristo, podemos captar un fiel representante de este cambio de perspectiva. Este es un hecho importante si consideramos la lactancia como un factor de sobrevivencia. Pese a este reconocimiento del niño, la iglesia postula a la infancia como destinataria de todo lo repudiable. Si tomamos a San Agustín por ejemplo (pensamiento que de algún modo sigue vigente en nuestros días), el niño es el representante de las fuerzas del mal en tanto es símbolo del pecado original. El “pecado de infancia” implica que “si dejáramos (a los niños y niñas) hacer lo que les gusta, no hay crímenes que no cometerían”5. Se puede observar un repudio absoluto de la infancia, sede del pecado, que habrá que reeducar y redireccionar por la senda del bien. Así, el crecer y el papel del adulto implicará un perfeccionamiento de este estado inicial por medio de la penitencia y la beatitud. La infancia será deficitaria en comparación con la adultez, digna de erradicar.

Sin lugar a dudas, el siglo XIX fue aquel en donde la niñez pasó a un primer plano. es J. Rousseau uno de quienes contribuirá a un nuevo giro a la representación de la infancia postulando que el hombre nace libre, lo que marca cierta igualdad natural entre el niño y el adulto. La función de los padres tendrá que ver ahora con propiciar que esa libertad e realice. El niño será entonces un ser indefenso, dependiente de los padres hasta que adquiera su total autonomía. Resuenan algunas coincidencias de esta lógica con ciertos modos actuales de pensar la infancia. Aunque quizás valga remarcar que al menos en la época del famoso tratado filosófico de Rousseeau, el “Emilio, o de la Educación”, quedaban más claros los parámetros en donde el estado de infancia iniciaba y terminaba. Hoy en día, no podemos decir lo mismo si pensamos que “niño” se llama igualmente a aquel que tiene 3 años, 20 o 50.

Doltó situará que es a partir de la Revolución Industrial cuando la sociedad centró su interés en este período de la vida confiriéndole un papel protagónico dentro de la familia. Es aquí cuando surge la necesidad de educar a niños y adolescentes en vistas de un futuro productivo, promoviendo una continuidad entre el pequeño y aquel adulto en que llegará a ser. Es importante mencionar también el avance de la medicina y los descubrimientos Freudianos, que permitieron por fin que la infancia fuera nombrada, investida de una sexualidad “perversa polimorfa” que ya no será fuente del pecado (como con San Agustín), sino una condición ineludible del ser humano, del ser deseante.

Levín enfatiza que: “Freud destacó y privilegió a partir de su inscripción en la cultura de la época y de su formación científica y experiencia clínica, el lugar de la niñez y la correspondencia de ésta con la vida adulta. Le reconoció no sólo una sexualidad específica y un papel para el narcisismo y la emocionalidad de la vida futura. Destacó a partir de la niñez el acceso a una estructuración de la vida psíquica que sería constitutiva y se perpetuaría a lo largo de toda la vida de la persona”6.

Aquellas causas que no son de los niños

La importancia que adquiere la concepción de infancia en esta época con el auge concomitante de la pedagogía, transformó la educación en asunto de interés en función del futuro económico, político y social de los estados. Queda cada vez más claro que el porvenir de los infantiles sujetos no deja de estar en manos de los adultos y es allí donde justamente quiere insidir Françoise Doltó, situando que esta situación no tiene posibilidad alguna de cambio si no empieza a cuestionarse la concepción que los adultos tienen de la infancia.

Doltó plantea que un respeto por el niño implica asumir que los niños tienen una lógica diferente a la de los adultos, intentando restituir al niño la dignidad que desde el mundo adulto se le sustrae. En ese sentido, se puede pensar que por más de que hayan pasado los años, se sigue viendo al infante como un ser al que hay que corregir y perfeccionar en tanto es la sede del error y de una lógica disparatada. Si pensamos en los tiempos actuales, todavía es común escuchar a los adultos decir que “el niño no se entera” simplemente porque todavía no ha tenido acceso a la palabra, o porque es fácil de engañar brindándoles falsas palabras sobre algunos acontecimientos de su entorno que ocultan alguna verdad. ¿En qué lugar queda el niño? F. Doltó destacará que: “sin palabras adecuadas y verídicas para cuanto sucede, de lo que él mismo es parte receptora y testigo, sin palabras que se dirijan a su persona y a su espíritu receptivo, se percibe él mismo como un objeto sometido a sensaciones insólitas, pero no un sujeto humano”7. Respetar al niño es a condición de que sea considerado como alguien a quien se le habla, al igual que los adultos. Alguien que no es nunca igual a otro, sino siempre distinto de lo que se espera de él. De ser considerado así, aun cuando no se le entienda, se le dará la libertad (de ser, de moverse, de expresarse) de todo aquel que es respetado y tolerado.

Dicho todo esto, se me dirá quizás que por supuesto que hay que respetar al niño en su calidad de sujeto humano. Más es preciso aclarar que si prestamos atención a nuestro alrededor, esto a veces queda en meras líneas teóricas… ¿Qué respeto al niño cuando desde el mundo adulto se le miente o se le oculta en pos de “protegerlo”? ¿Y cuando se invade su espacio íntimo obligándolos a responder preguntas por el hecho de que “sus padres tienen que saber”?. Esto sin mencionar aquellos episodios tan vistos en donde, por dar un ejemplo, se los obliga (esto siempre en contra de su voluntad) a meterse al agua o enfrentarse con aquel animalito temido en pos de que “pierda el miedo”. Simples ejemplos de la vida diaria que hacen repensar qué es hablarle a un niño, o si se le habla como a un otro o como a un objeto que está ahí: que se atiende, se cambia, se alimenta; objeto pasivo en tanto no se considera que “(…) en el niño, funciones sanas o perturbadas, comportamientos expresivos, mímicos, motores o gritos, son sustitutivos de palabras, de llamados o de pedidos; cuando no respuestas a palabras escuchadas o comportamientos ajenos (…)”8.

En este punto, hay que ubicar que un niño puede sobrevivir con los respectivos cuidados físicos para su cuerpo de necesidades. Pero el proceso de humanización implica ir mucho más allá de eso y no se logra si no restituye al niño su dignidad de sujeto del lenguaje desde sus inicios.

La Casa Verde

La experiencia de F. Doltó atendiendo a niños con problemas de salud en edades muy precoces, contribuye enormemente a que construyera un proyecto tendiente a ayudar a los padres de estos pequeños en las dificultades cotidianas que enfrentan con sus hijos. Así nace La Casa Verde, ubicada en el numero 13 de la calle Meilhac de París.

No se trataba ni de una casa-cuna, ni de una guardería, ni de un centro de asistencia; sino que se establece como un lugar de encuentro y de recreación para que los niños puedan asistir con sus padres, favoreciendo la inclusión del recién nacido a la vida social.

En la Casa Verde se dio acogida social durante año y medio en los horarios de las tardes, a todos aquellos padres y madres, abuelos, nodrizas, o cuidadores con sus respectivos niños hasta la edad de los 3 años. También eran bienvenidos mujeres embarazadas con sus parejas.

El objetivo principal de la casa verde era propiciar un lugar de ayuda mutua, comprensión y colaboración entre adultos y niños. En este espacio destinado a la vida de relación, se encontraban también personas capacitadas para la recepción, educadores y psicoanalistas cuya función principal era la de actuar de “esponja de angustia”de los adultos, desdramatizando situaciones tensas de la vida cotidiana que surgen en la interrelación de los niños con los adultos o de los padres ente sí. (Doltó, F.: “La Dificultad de Vivir, Vol.2”. Gedisa. Barcelona, 2005).

Doltó parte del supuesto de que los adultos no escuchan a los niños principalmente porque se angustian, de ahí el rechazo del estado de niñez. Rechazo que se ubica en que muchos adultos permanecen en una niñez no terminada; o sólo terminada superficialmente (en sentido madurativo, cronológico si se quiere) en tanto han crecido. Pero siguen teniendo una actitud infantil hacia otras personas. Remarca en relación a esto que: “nuestros niños son portadores de nuestro pasivo; en el sentido de dinámica no resuelta de aquello que hemos vivido mal y que rechazamos”9 El miedo que los adultos sienten frente a los niños remite a su propio estado de niñez. Hay que precisar, que todo esto ocurre a niveles muchas veces inconscientes de la personalidad, motivo por el cual no es de fácil reconocimiento para el adulto en cuestión. No pasa ni por la voluntad ni por algo que se pueda controlar. No hay que olvidar que la tesis del psicoanálisis implica que, en tanto todos tenemos inconsciente, no somos dueños de nosotros mismos. El “yo pienso, luego existo” es sólo una pequeña parcela del psiquismo que se vuelve ilusión de totalidad (de ahí la autoayuda, como ilusión de un yo que todo lo puede y todo lo sabe).

Además y como si fuera poco, Doltó dirá que existe una angustia ajena a todo niño que acaba de nacer, pero que sin embargo no es ajena a su propia existencia; y esa angustia procede de un cambio súbito que produce la maternidad o la paternidad en los adultos. Alude acá a las nuevas responsabilidades, a las limitaciones a la libertad que implica la existencia de un niño, sin perder de vista las fantasías de los padres anteriores al nacimiento. Sin lugar a dudas, Doltó capta que un nacimiento modifica la relación entre los cónyuges de una forma abrupta, configurando la hipótesis de que era posible evitar, (durante los primeros meses de vida del niño) aquellos sufrimientos procedentes de las tensiones de su entorno más cercano, las angustias en la interrelación de ese infans que todavía no habla con sus padres. (Doltó, F. Ob. Cit. Pág. 184, 191)

La invitación a la Casa Verde implicaba ademas un modo de prevención de la violencia en niveles tempranos de la constitución subjetiva, brindando un sitio de acogida social precoz en donde los niños no se separan de sus adultos de referencia, aquellos que les dan seguridad, al mismo tiempo que van poco a poco estableciendo lazos con otros en un entorno que favorece la comunicación y el acompañamiento en diversos niveles: por un lado de los adultos entre sí, de los adultos con los niños y de los niños con otros niños que tienen edades similares a ellos.

Por otro lado, esta inserción en la vida comunitaria tanto para adultos como para niños después del alumbramiento, configura un intento de mediatizar poco a poco a separación madre-niño o niño-familia. Se busca así prevenir separaciones dificultosas o traumáticas que en un tiempo posterior pueden ser las causas de un vínculo enfermizo que a su vez produce síntomas en los niños.

Podría continuar hablando de Doltó, pero prefiero que la descubran por ustedes mismos. Para finalizar, recojo las palabras de la escritora Ana María Matute en una entrevista en el diario El País que me parecieron clarividentes para la ocasión: “la infancia dura más que la vida… la infancia es más larga que la vida. Quizá es una frase un poquito extraña, pero quien entiende, entiende”.

Referencias

1Doltó, F.: “La Causa de los Niños”, Paidós Argentina. 2012

2Levín, R.: “El Psicoanálisis y su Relación con la Historia de la Infancia” en Psicoanálisis APdeBA – Vol. XVII – Nº 3 – 1995.

3Doltó, F.: “La Causa de los Niños”, Paidós. Argentina. 2012. Pág. 11.

4Ariès, P.: “El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen”. Taurus. Madrid, 1987.

5Agustín, San : “La ciudad de Dios”. Porrúa. México, 1992.

6Levín, R.: “El Psicoanálisis y su Relación con la Historia de la Infancia” en Psicoanálisis APdeBA – Vol. XVII – Nº 3 – 1995

7Doltó, F.: “La Dificultad de Vivir, Vol.2”. Gedisa. Barcelona, 2005. Pág. 192.

8Doltó, F.: “La Dificultad de Vivir, Vol.2”. Gedisa. Barcelona, 2005. Pág. 191.

9Doltó, F. “La Dificultad de Vivir, vol. 1”. Gedisa, Barcelona. 2005. Pág. 14.
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