Marguerite Duras

MARGUERITE DURAS:

¿Lo Insoportable de Escribir o Escribir lo Insoportable?

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Diseño de la imagen: Francisco Núñez Moraleda.

 

A modo de preámbulo voy a introducir unas palabras de Marguerite Duras extraídas de su libro “El Amante”. Con una crudeza deslumbrante y al mismo tiempo una sensatez que conmueven intensamente, la escritora dirá: “La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni líneas. Hay vastos paisajes donde se insinúa que hubo alguien, pero no es cierto, no hubo nadie.”1

En estas líneas se puede vislumbrar la dificultad que implica acercarse a un personaje como Marguerite Duras. Me faltan palabras para transmitir la genialidad de esta mujer de vida intensa, compleja  y provocativa que se erige, justamente a partir de un vínculo especial con la palabra, como escritora, directora de cine y guionista, dejándonos una obra extensa y profunda que prolongan su existencia hasta la inmortalidad.

Efectivamente, leer las obras de Duras no resulta cómodo, es más bien perturbador. Sus libros inquietan y al mismo tiempo generan esa intriga que nos lleva a quedar atrapados en la historia. ¿Su historia o la de sus personajes?, ¿Realidad de acontecimientos vividos, escritos autobiográficamente o ficción inventada por la escritora? Quizás nunca lleguemos a saberlo del todo. Marguerite Duras maniobra con el enigma como pocas mujeres pueden hacerlo. Creo que Marguerite es todos y cada uno de los personajes femeninos de sus libros, y al mismo tiempo no es ninguno de ellos.

Lo inquietante en Marguerite Duras quizás remita a aquello que escribe y la forma en la que lo hace. Su escritura parece poseída por palabras que invaden su proceso de pensamiento, presentándose ante el lector como “al desnudo”. La autora propone un estilo en el que asegura, censura, critica, niega y duda. La DUDA sobre todo, tiene para Marguerite un papel fundamental ya que le atribuye una relación directa con la escritura, ella dirá “la duda es escribir”.

La Duda se constituye como la condición para poder escribir y al mismo tiempo aquello que, por medio de la escritura se intenta bordear, ceñir.

En su libro titulado “Escribir”, hay un fragmento dedicado a esta relación. Expone: “En la vida llega un momento, y creo que es fatal, al que no se puede escapar, en que todo se pone en duda. Y esa duda crece alrededor de uno. Esa duda está sola, es la de la soledad. Ha nacido de ella, de la soledad. Ya podemos nombrar la palabra. Creo que mucha gente no podría soportar lo que digo, huirían. De ahí quizás que no todo hombre sea un escritor. Sí, eso es, ésa es la diferencia. Esa es la verdad. No hay otra. La duda, la duda es escribir. Por tanto, es el escritor, también”2

En este párrafo se puede observar lo que intento remarcar. La autora va haciendo un rodeo, va dejando huellas de sus propias dudas, va mostrando el proceso por el cual sus ideas se van aproximando a tal aseveración.

Quizás algo de esa forma de escribir-dudando que pone en juego Marguerite Duras, es lo que lleva a que sus textos resulten en cierto modo incómodos, convirtiéndose incluso en ilegibles para algunos lectores. Ella misma recalca que sus palabras pueden rozar el orden de lo que no se puede tolerar, provocando la huida de algunos lectores.

Pero entonces, ¿Qué es aquello que se torna insoportable en Marguerite Duras?

Es evidente que la escritura en Marguerite nace del desamparo de haberlo puesto todo en duda. Muchas veces expresará que “se escribe porque Dios no existe”. Su escritura pronuncia al mismo tiempo esa falta de certezas, de consistencia. Arroja al lector a un discurso que ofrece pluralidad de sentidos en lugar de unidad, vaguedad y significaciones abiertas en lugar de significados fijos. Sus historias, por lo general, no transcurren en un tiempo lineal, tienen la marca de la fragmentación y se construyen a partir de anticipos de lo que va a suceder (prolepsis3) y pasajes retrospectivos que rompen la secuencia cronológica de las obras (analepsis4) configurando un entramado complejo, una trama con agujeros. Así, la escritura de Marguerite Duras tiene la marca de lo incompleto y de lo oculto.

Se podría decir entonces, que Marguerite Duras desafía y subvierte el uso convencional del discurso de su época, entendido éste como aquel que se asienta en la lógica Aristotélica, la cual supone que la mente por medio del razonamiento puede llegar a representar y explicar la realidad tal cual es, se podría decir incluso, “objetivamente”. En esta dirección avanza, por ejemplo, el discurso científico.

Voy a detenerme unos instantes aquí.

Si hay algo que caracteriza a la ciencia es que todo su edificio se asienta en la creencia de que el hombre puede, a través del raciocinio explicar y dominar la realidad que lo envuelve. Es un discurso que se sostiene justamente en la promesa de un mundo liberado de enigmas: todo se podrá conocer, todo se podrá dominar. El discurso que emana de la ciencia es totalizador, pretende anular la falta de saber. Se trata de un discurso que fija las múltiples significaciones a una sola. Tiende a la estandarización y a la universalidad. Es por eso que en el discurso de la ciencia no hay lugar para la subjetividad, para lo singular.

Por su parte, el psicoanálisis que también se organiza como discurso, se situará según Lacan (psicoanalista francés) como una praxis entre ciencia y arte. Aunque psicoanálisis y ciencia tienen algunas cosas en común (como por ej. la severidad a la hora de formalizar sus conceptos, o su pretensión de articular lo singular con lo universal, más allá de ponderar el caso por caso), se separan si se tiene en cuenta la lógica en la que se asientan cada uno. A diferencia de la ciencia, el discurso psicoanalítico sostiene su andamiaje teórico en la lógica de lo finito, de lo incompleto. Esto es así en la medida en que la piedra angular del psicoanálisis es el descubrimiento del Inconsciente; lo trae aparejado un sujeto escindido, partido, que no es el sujeto cartesiano de la ciencia, el sujeto que “piensa y luego existe”. Contrariamente, implica a un sujeto allí donde no se sabe. El inconsciente limita un territorio en donde habitan deseos de los que no puede dar cuanta. Se podría decir que en este sentido el sujeto tal y como lo considera el psicoanálisis implica cierta descentralización, cierta “falta de centro” como escribe Duras.

Algo de esto está implícito en la escritura durasiana. Lo que Marguerite Duras funda es una forma de construir un sujeto y de insertarlo en el mundo a través del mismo acto de escribir en un estilo de escritura que al decir de Jacques Lacan “converge con el uso del inconsciente”5.

Marguerite Duras, quien no tuvo una relación cercana al psicoanálisis comentará lo que Lacan dirá sobre ella en el homenaje que éste realiza a raíz de su libro “El Arrebato de Lol V. Stein”, enuncia: “Nadie puede conocer a Lol V. Stein, ni usted ni yo. Y hasta lo que Lacan dijo al respecto, nunca lo comprendí por completo. Lacan me dejó estupefacta. Y su frase: <<No debe de saber que ha escrito lo que ha escrito, porque se perdería. Y significaría la catástrofe>>. Para mí, esa frase se convirtió en una especie de identidad esencial, de un derecho a decir absolutamente ignorado por las mujeres”6.

La autora percibe que el mérito de la escritura que produce reside en gran parte en haber encontrado una forma de decir capaz de expresar aquello de lo que no se tienen certezas absolutas pero si intuiciones, dudas, sospechas, acercamientos intermitentes. Parece descubrir alegremente que hay un modo de utilizar el lenguaje que le permite formular algo que desde el discurso tradicional no sería posible, es un decir sobre lo inconsciente.

La escritora relaciona este modo de decir con las mujeres, “un derecho a decir, absolutamente ignorado por las mujeres”. ¿Esto implicaría que hay un modo de decir particular del sexo femenino?

En relación a esto, Annette Kuhn, historiadora alemana, sostiene que hay ciertos rasgos propios del “lenguaje femenino”. Al decir lenguaje femenino no se refiere al discurso producido por las mujeres, sino a una “posición del sujeto usuario del lenguaje en relación al discurso”. Así, lo femenino describe una relación con el lenguaje y no una forma particular de lenguaje. Cabe aclarar que esto es independiente al género, no se trataría de si se es un hombre o una mujer.

Para la historiadora, la masculinidad se caracterizaría por un discurso lineal, lógico y tradicional, de sentidos anclados; mientras que la femineidad se caracterizaría por la imprecisión y la incompletitud.7 Rasgos que encontramos en la textualidad producida por Marguerite Duras como identidad esencial. Estos procedimientos utilizados por la escritora pueden justificar que en algunas oportunidades se la incluya dentro del movimiento literario francés de la “novela nueva”, la “nouveau roman”.

Su vanguardismo expresivo y sus experimentaciones técnicas siguen desde sus inicios un camino personal y propio. Su obra está teñida de una extrema subjetividad, y el punto de vista personal de la narradora se impone a la exterioridad del relato. De ahí la riqueza de sus trabajos.

Sin embargo, se podría pensar que no se trata solamente de un estilo de escritura que reproduce meramente los preceptos de una línea estética. Más bien parecería que hay algo de su propia subjetividad que insiste una y otra vez, y encuentra un modo de tramitarse por medio de la escritura. A través de la escritura Marguerite Duras re-escribe la historia de su vida, la reconstruye y al mismo tiempo se construye como sujeto deseante, sujeto del Inconsciente.

Marguerite Duras no tarda en escribir sobre fragmentos de su historia personal, marcada por una infancia difícil en la inmensidad de un paisaje de naturaleza abundante y salvaje como era por aquel entonces Indochina, su tierra natal. Aparece un tema recurrente en sus obras que se cuela en sus escritos dándoles ciertos matices de un relato autobiográfico. Me refiero a la guerra, por un lado, y a las desventuras de una madre viuda con sus tres hijos, que enloquece tras invertir los ahorros de su vida en unas tierras que el Pacífico inunda e impide cultivar. Los vínculos familiares pasan a un primer plano del escenario: un hermano mayor cuasi-loco, agresivo, que roba, se droga y maltrata a los pequeños. Por otro lado, un hermano bueno con el que la une un amor incondicional, amor que roza los límites de lo incestuoso. Se trata de niños sexuados, en cierto modo asalvajados, y una madre que mira para otro lado obsesionada por el dinero, bajo la creencia de que por medio de éste puede proteger mejor a sus hijos.

Marguerite Duras señala: “En las historias de mis libros que remontan a la infancia, de repente ya no sé de qué he evitado hablar, de qué he hablado, creo haber hablado del amor que sentíamos por nuestra madre, pero no sé si he hablado del odio que también le teníamos y del amor que nos teníamos unos a otros y también del odio, terrible, en esa historia común de ruina y de muerte que era nuestra familia (…) y que aun escapa a mi entendimiento, me es inaccesible, oculta en lo más profundo de mi piel, ciega como un recién nacido”.8

Algo de lo no tolerado, de lo real de su historia, es aquello que retorna una y otra vez en la escritura de Duras buscando un modo de tramitación. Se trata de lo que se presenta como traumático, lo que excede al sujeto dejándolo sin palabras. Así, los escritos durasianos se desarrollan a partir de una palabra ausente, y al mismo tiempo es sólo a partir de allí que la escritora puede enunciar aquello que de otra manera no podría expresarse.

Por medio del acto de escribir, Marguerite Duras puede circundar, dar forma, organizar, y encerrar lo que se presenta sin cobertura. El escrito se transforma en objeto sublime y posibilita, en esa distancia simbolizada por el papel y la tinta, un marco que regula y bordea lo insoportable, lo circunscribe.

Escribir es lo que le dará fundamento a su vida y un nombre que le permita poner distancia del entorno familiar. Dejará de ser Marguerite Donnadieu y fundará un nombre de autor: Marguerite Duras. Se alejará de la Indochina materna y comenzará a deslizarse por los senderos de la tierra paterna, se irá a Francia. En esta distancia del seno materno es cuando podrá llevar a cabo su deseo de escribir. Contaba ya con un legado importante dentro de su propia familia: su padre, a quién apenas llegó a conocer pero del que conservaba un libro que éste había escrito, un libro sobre matemáticas. Es la escritura la que le proporciona otro lugar posible dentro de su novela familiar, una manera de religarse a su genealogía. “Filiación espiritual” lo llamará Yann Andréa, su inseparable compañero con quien vivió los últimos años de su vida.

Retomo las palabras de Marguerite Duras: “Si no hubiera escrito me hubiera convertido en una incurable del alcohol. Es un estado práctico: estar perdido sin poder escribir más… es allí donde se bebe.9

El alcohol. También es preciso dedicarle unas palabras. La relación de Marguerite Duras con la escritura es tan fuerte como la relación que mantendrá con el alcohol. Deseo y goce, dos caras de una misma moneda que se entremezclan y se confunden.

El alcohol no es más que otro modo de soslayar lo que se vuelve insufrible para el sujeto. Ya lo señalaba Freud en 1927. La vida para el hombre tal y como ha sido impuesta resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones y empresas imposibles. Para soportarla no podemos prescindir de algunos atenuantes. Los hay quizás de tres especies: distracciones poderosas, satisfacciones sustitutivas como el arte, y narcóticos, que nos tornan insensibles a ella. 10

Si la escritura cumple para Marguerite Duras una función importante, gestionar lo insoportable, darle un sentido a la vida; el alcohol tiene otra función: olvidar lo intolerable. No bebía para emborracharse, sólo para retirarse del mundo, para no sufrir. Aunque esto implicaba el sufrimiento mismo.

Escribir para Duras no era fácil, la tarea se convertía para ella en el peor de los infiernos. De ahí que escritura y alcohol vayan de la mano en un goce mortífero. Beber por no poder escribir más y al mismo tiempo beber para anestesiarse, para soportar los efectos a los que sus palabras la enfrentaban: Su propia vida, una y otra vez.

Ahí es donde sitúa la escritora “el mal de escribir”, indica: “Hay una locura de escribir que existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido a esa locura de escribir. Al contrario.”11

Escribir con locura y al mismo tiempo, ir fabricando por medio de la escritura una prótesis que le permita circular en el mundo con lo mismo que posee: con su historia, pero sin llegar a hundirse en ella. La escritura es un recurso por medio del cual puede sujetarse a lo vivido y no desligarse del mundo, no enloquecer.

Quizás así se pueda entender algo de ese miedo terrible a volverse loca, ese temor que fue una constante en la vida de Duras y que la atormentó siempre.

Escritura y Locura. Dos modos de fugase de la realidad, de exiliarse de lo insoportable de la historia que a cada sujeto, a su manera, le toca resistir. Dos modos de otorgar sentidos y de vincularse con la palabra, de circunscribir lo imposible. Formas en las que se manifiesta la verdad del sujeto, que al fin y al cabo es siempre fantasmática.

Referencias

1 Duras, Marguerite, “El Amante”. Tusquets Editores, 4ta edición, 1984.

2 Duras, Marguerite, “Escribir”. Tusquets editores, 2da edición, 2009.

3 Prolepsis: Figura de dicción en que anticipa el autor la objeción que pudiera hacerse.

4 Analepsis: Pasaje retrospectivo que rompe la secuencia cronológica de una obra literaria.

5 Lacan, J, “Homenaje a Marguerite Duras, (1965)” en “Intervenciones y Textos 2”. Ed. Manantial, 2007.

6 Duras, Marguerite, “Escribir”. Tusquets editores, 2da edición, 2009. Pág. 22.

7 Kuhn Annette, “Cine de Mujeres, Feminismo y Cine”. Madrid, Cátedra, 1991.

8 Duras, Marguerite, “El Amante”. Tusquets Editores, 4ta edición, 1984. Pág. 27.

9 Duras, Marguerite, “Escribir”. Tusquets editores, 2da edición, 2009. Pág. 24

10 Freud, Sigmund, “El Malestar en la Cultura” (1927). Ed. Biblioteca Nueva, tomo III.

11 Duras, Marguerite, “Escribir”. Tusquets editores, 2da edición, 2009. Pág. 55

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