“Trato Hecho”
Desfiladero de Buenos y Malos Tratos
“Es la tragedia griega en tanto los caracteriza la encerrona parental cuyos personajes son padres, hijos, parientes. Y siempre se retorna, porque jamás se ha salido de esa escena. Siempre se desarrolla en el mismo escenario y con los mismos protagonistas”. Eva Giberti, “Género y Violencia”1
No es fácil hablar de violencia, y más en estos días donde todos estamos atravesados por esta problemática. Es un tema que se ve, se habla, se escucha y se discute en innumerables ámbitos. Se remarca el incremento de la violencia a escala global y -en el mejor de los casos- se reflexiona sobre una especie de normalización de la misma.
Hoy nos centramos en la violencia contra la mujer, pero podríamos pensar que esto no implica, en sí, una especificidad. Como diría Eva Giberti, “Pongo en cuestión “el” marco teórico que utilizamos para reflexionar, para debatir, porque estimo que no existe un marco teórico sino varios, cambiantes; y no han sido determinados definitivamente”2.
En un intento de sortear algunos deslizamientos en relación a la “violencia” y el “género” que hacen que ambas palabras queden pegadas como si no existiera una sin otra, me interesa intentar pensar el tema de los buenos y malos tratos a la luz de lo que el psicoanálisis puede aportar; y si se habla de psicoanálisis, la dimensión simbólica de la palabra -aquella en la que un significante3 confiere tantos significados como sujetos en el mundo- pasa a un primer plano.
Si recurrimos al cine, desde la turbulenta “Naranja Mecánica” (Kubrick, 1971), hasta la jocosa “Intocable” (Olivier Nakache, 2011), pasando por los altibajos de “Un Dios Salvaje” (Roman Polanski, 2011), o “Gran Torino” (Eastwood, 2008) podemos vislumbrar la condición trágica del sujeto humano, preso de un entrecruzamiento conflictivo de amor y de odio. Dualidad constitucional que se pone en juego en diferentes modos -siempre singulares- de relacionarse con aquel que es su semejante. Por estos bordes rondamos siempre, por estas laderas que nos unen al otro en grupo y sociedad y que al mismo tiempo nos separan en el más feroz egocentrismo, dejándonos -como a Narciso- entrampados frente a cristalinos espejo.
Lo que ocurre, es que “Las pasiones que vienen de lo pulsional4 son más fuertes que unos intereses racionales. La cultura tiene que movilizarlo todo para poner límites a las pulsiones agresivas de los seres humanos, para sofrenar mediante formaciones psíquicas reactivas sus exteriorizaciones”5.

Panel izquierdo de la obra de El Bosco, El Jardín de las Delicias.
Si la tensión agresiva es constitutiva del sujeto hablante, si el gran malestar de vivir con otros deviene de esa renuncia pulsional en pos de sostener algún intercambio, y si el semejante puede tornarse peligroso porque atenta contra la unidad de nuestro «yo» y contra la identidad; entonces, para vivir es necesario que la agresividad sea tramitada. Varias pueden ser las vías por las que el sujeto lleve a cabo esa gestión de lo pulsional -e insisto que habrá que ver el caso por caso y la subjetividad de cada quien, con su historia y sus marcas singulares- pero cabría subrayar que una de las vías más cercanas a la salud sería la palabra. ¿Por qué? Porque la relación con la palabra, la cual está siempre articulada a una ley que delimita un marco de lo que está y no está permitido decir y hacer, pacifica la relación con el semejante. Muchas veces, cuando esta articulación a la palabra falla aparece la agresividad como único recurso -primitivo- que el sujeto encuentra para desalienarse6 del otro. Es esa rivalidad que se muestra en términos de “o yo o el otro”, “o lo mío o lo de él/ella”, modalidad que deja poco espacio para el intercambio, para el pacto; en definitiva, para “hacer un trato” con el otro. El pacto -acuerdo o trato que se hace con otro- implica de por sí una renuncia, algo que se pierde a cambio de otra cosa.
El problema está cuando una de las partes no está dispuesta a perder nada y quiere (si o si y cueste lo que cueste) hacer prevalecer lo suyo antes que lo del otro/a. Desaparecen las semejanzas y reciprocidades posibles para dar lugar al tan deseado poder, eso que produce tantas fascinaciones en los seres humanos. ¿No es eso lo que estaba en juego el 25 de noviembre de 1960 en República Dominicana, donde se registró el asesinato de las tres hermanas Mirabal por órdenes del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo?, acontecimiento que -dicho sea de paso- es la razón por la cual el 25 de noviembre se marca como el Día Internacional de No Violencia contra las Mujeres.
Cuando aparece el poder adueñándose de los pactos -sea cual sea- y con todas sus variaciones lingüísticas (apoderar, empoderar, etc.) quizás valga la pena cuestionarse qué tipo de trato estamos sosteniendo.
Por la cercanía etimológica entre “trato” y “tratamiento”, creo además que todos los que trabajamos con sujetos -maestros, médicos, psicólogos, educadores, trabajadores sociales, etc.- debemos cuestionarnos aquel trato que conferimos a otro en nombre de un saber (o ciencia) para no encerrar la singularidad -con sus particulares modos de goce- en meros protocolos; esto siempre y cuando podamos renunciar a nuestras tan preciadas convicciones. ¿Estaré pidiendo mucho?.
Cecilia A. Cortés
Noviembre de 2015
Notas
1 Artículo “Género y violencia”. Publicado en el periódico Página 12 el 6 de Nov. 2008.
2 Extraído del artículo antes mencionado que me sirvió como fuente de inspiración.
3 Significante: m. Ling. Fonema o secuencia de fonemas que, asociados con un significado, constituyen un signo lingüístico. Fuente: Diccionario de la Real Academia Española.
4 Pulsión: Término derivado del latín “pulsio” para designar la acción de empujar, impulsar. Empleado por Sigmund Freud a partir de 1905, se convirtió en un concepto técnico principal de la doctrina psicoanalítica, como designación de la carga energética que está en la fuente de la actividad motriz del organismo y del funcionamiento psíquico del inconsciente del ser humano. Fuente: Diccionario de Psicoanálisis Elisabeth Roudinesco y Michel Plon.
5 Freud, S. (1930). ”El malestar en la Cultura” .Pág. 109. Obras completas, Amorrortu Ediciones. Buenos Aires.
6 Alienación: Estado caracterizado por una pérdida del sentimiento de la propia identidad. Fuente: Diccionario de la Real Academia Española.