Un Verano Con Simone
Aunque la el nombre de Simone de Beauvoir resuena más gracias a los diversos movimientos feministas, cabe preguntarnos cuánto conocemos de su obra y -más aun- ¿por qué es tan importante que las mujeres de hoy puedan acercarse a este personaje tan controvertido?
Me dispongo a pasar un verano con Simone, acompañada de la musicalidad de su letra y su pensamiento. Pero si el acercarnos a lo femenino implica recorrer un camino que no está exento de obstáculos, la comunicación con Simone de Beauvoir a través de su obra no acarrea un forcejeo menor. Para que se hagan una idea de su copiosa producción escrita, solamente El Segundo Sexo (1949), su obra cumbre, empapa más de 800 páginas y aunque se tenga buena voluntad, no podemos negar que más que un verano necesitamos al menos un par de años con Simone para poder adentrarnos en sus reflexiones de la autora.
En estas líneas me interesa rescatar algunas ideas de la filósofa que, bajo mi punto de vista, pueden ayudarnos a la hora de abordar el complejo concepto de libertad en la mujer.
Simone de Beauvoir y el Valor de la Historia
“En la libertad, el ser humano ES su propio pasado (como también su propio porvenir) en forma de anonadación”1
(J. P. Sartre, El ser y la Nada)
Simone de Beauvoir fue la mujer necesaria para que un hombre como Jean Paul Sartre, pudiera entender la igualdad. El verdadero encuentro entre los dos filósofos y el acuerdo entre ambos de que no serán una pareja clásica va más allá de la lectura reduccionista de que cada uno pudiera hacer lo que les plazca. Se materializa en una escritura que asume el deseo de cada uno intentando a su vez entender el deseo del otro.
De este modo, cabe mencionar que la intención principal de Simone de Beauvoir a la hora de escribir El Segundo Sexo no es la de crear una biblia del movimiento feminista, si no más bien dar respuesta al interrogante que le expone Sartre acerca de cómo influyó en su vida el hecho de ser una mujer. En La fuerza de las cosas (1963) declara que tal condición nunca le había parecido una complejidad existencial, hasta que su compañero le mostró una situación de la que no se había percatado hasta entonces: “Pero de todas maneras, Castor, tú no has sido criada de la misma manera que un niño. Deberías analizarlo mejor…” (Beauvoir, [1963] 1964, p. 54). Es a partir de esta interpelación sartreana de meterse dentro que puede ser ella misma la materia de su producción, en una escritura que da cuenta de su propio proceso de construcción como persona. En efecto, su universo entero estaba forjado por mitos masculinos y su existencia no hubiese sido la misma en el caso de haber sido un varón, razón por la cual comienza a dedicar sus esfuerzos a la cuestión de la femineidad. ¿Cómo hace la mujer el aprendizaje de su condición? ¿Cómo la vive? ¿En qué universo se encuentra encerrada?, son algunos de los interrogantes que introduce en la segunda parte de El Segundo Sexo.
Escrito y publicado en la época de postguerra, El Segundo Sexo encuentra un escenario en el que la lucha de las mujeres triunfa en varios frentes sentando las bases centrales de los movimientos feministas emancipatorios. Pero cumplido el objetivo de los movimientos sufragistas de mujeres, la lucha femenina -afirma la filósofa francesa- tiene aún razones de ser puesto que la inferioridad de las féminas no se reduce al ámbito estrictamente sufragista o de la ciudadanía política. Beauvoir denuncia que las mujeres continúan en situación de inferioridad y opresión tanto material como simbólica, lo que se representa no sólo en la infravaloración del trabajo femenino, si no y sobre todo en la relegación al plano doméstico bajo un imperativo social que prescribe que el mejor estado para la mujer es el de estar casada. En tal marco, la autora concentra sus reflexiones sobre la cuestión de la mujer, efectuando un análisis de y desde la situación femenina de subordinación e inferioridad respecto de los varones. La perspectiva histórica impregna su obra, siendo una adelantada a su tiempo e innovando, ya que a pesar de que las ilustradas y las sufragistas eran conscientes de que su posición en el presente tenía antecedentes históricos claros, y de que la mayoría de las pioneras del feminismo estuvieron volcadas en denunciar los problemas de las mujeres de su tiempo, ninguna se había mostrado particularmente preocupada por la historia como lo hizo Simone. Por ello, la obra de Simone de Beauvoir fue de enorme provecho cuándo empezó a elaborarse la Historia de las Mujeres, labor que suponía exhumar los hechos protagonizados por ellas y al mismo tiempo revelar el alcance de la sumisión, tema citado de modo recurrente en la obra de Beauvoir.
La sensibilidad de Beauvoir la lleva a percibir que no era la inferioridad femenina la causante de la insignificancia histórica de las mujeres, sino que, al contrario, su “insignificancia histórica” había servido para determinar su inferioridad en la sociedad. Quizás lo más interesante de esta gran obra es la construcción de su relato a partir de hechos hilvanados con inteligencia y elegancia, y que acaban por evidenciar la configuración y permanencia del patriarcado -organización social que se define por las desiguales relaciones de poder entre hombres y mujeres. Podemos suponer que cuando investiga en la historia, es para demostrar cómo el poder masculino ha procurado siempre mantener un orden social inalterable, que nunca había puesto en cuestión los privilegios de los hombres. Estar incluida en la lista de publicaciones prohibidas por la iglesia fue un costo menor si tenemos en cuenta su atrevimiento a la hora de desmontar las trampas de los discursos que propician a la mujer una posición de inferioridad.
Que la sumisión femenina es un hecho histórico, fue una de las primeras conclusiones a la que llegó la filósofa. Ella dirá que, al menos en Occidente, la evolución de la humanidad desde la Prehistoria hasta al presente había estado presidida por la constante sujeción de la mujer al hombre. El hecho de que el patriarcado sea el sistema básico de dominación masculina en la que se apoyan todos los demás, (tales como la clase, la raza, etc.) explica la sumisión de la mujer en todos los ámbitos de su existencia, y da pie a que podamos afirmar -no sin cierto radicalismo- que “lo personal es político”2.
Pero, ¿Qué es lo que realmente legitima al orden patriarcal? Para poder pensar esto, Simone de Beauvoir hace mención a la guerra y el papel de los hombres en ella. Dirá: “la peor maldición que pesa sobre la mujer es estar excluida de estas expediciones guerreras, si el hombre se eleva por encima del animal, no es dando la vida, sino arriesgándola; por esta razón, en la humanidad la superioridad no la tiene el sexo que engendra, sino el que mata” (Beauvoir, 2000, p. 128). De este modo, la guerra como actividad netamente masculina, implicaría para la autora valoraciones desiguales de lo que hacen hombres y mujeres. Esta explicación la conduce a su vez hacia el análisis de la maternidad, tema de lo más criticado incluso a día de hoy. Simone insiste en el hecho de que una función biológica como la de poder engendrar ha sido utilizada para definir y legitimar un papel subordinado de la mujer a lo largo de la historia. Su mirada crítica se dirige hacia un reduccionismo de la maternidad, que se ha erigido como destino y vocación natural de las mujeres sin dejarles otras alternativas y recluyéndolas en espacios domésticos, alejada de los centros de poder.
Simone de Beauvoir embestía entonces contra la falsedad de estos supuestos fuertemente reforzados por las ciencias del siglo XVIII (especialmente la medicina). Ella insistirá en que las conductas se aprenden y son fruto de la educación. De esto se desprenden algunas cuestiones fundamentales:
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En primer lugar, la mujer ha estado sometida porque se le inculcó una forma de ser y porque a partir de sus diferencias anatómicas y biológicas se ha convertido en un ser débil y dependiente. Sobre esta cuestión, la filósofa acaba definiendo a los hombres como seres “trascendentes”, porque abren horizontes, dominan los medios de la naturaleza, toman decisiones y actúan; mientras que las mujeres han estado históricamente condenadas a una vida monótona, sin capacidad para elegir, apareciendo entonces como seres “inmanentes”.
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En segundo lugar, no hay una esencia femenina. Ser mujer es un hecho cultural, al igual que ocurre con ser hombre. Aunque no hace mención al concepto de Género, éste se desprende en una lectura de El Segundo Sexo, erigiéndose posteriormente como una categoría de análisis del que se sirven hoy en día las ciencias sociales.
Que lo femenino y lo masculino sean una construcción es el gran aporte de esta filósofa, quien además percibió que eran los hombres los que habían definido a las mujeres identificándolas como las “Otras”. Esto la lleva a subrayar que el proceso que se ha seguido a lo largo de la historia para conocer la construcción de las identidades de hombre o mujer, había consistido en estudiar un grupo a partir de su oposición al otro, visto como el contrario y estableciendo una relación de alteridad caracterizada por la asimetría. En otras palabras, la autora revela que se había operado desde la óptica masculina, concibiendo lo femenino como lo “otro” y reforzando la posición superior de los varones.
La Mujer y su Cuerpo
Dice Simone de Beauvoir: “No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico, define la imagen que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; el conjunto de la civilización elabora este producto intermedio entre el macho y el castrado que se suele calificar de femenino.” (Beauvoir, 2000, p.324)
Cuenta la filósofa norteamericana Judith Butler al releer esta frase: “mi lectura se vio naturalmente interrumpida, por la expresión llegar a ser. Un mundo entero se abría ante mí. Indicaba una distinción entre el sexo y el género. Suegería que no había ninguna obligación de pasar del estado de hembra al estado de mujer”3
Efectivamente, si el género es una construcción, las mujeres son capaces de decidir cuál de ellos les interesa, ofreciéndose opciones que no se limitan exclusivamente al ser hombre o mujer según las visiones “tradicionales”.
La separación entre el cuerpo como sede biológica y la relación que las propias mujeres pueden establecer con su cuerpo son cuestiones importantísimas para acercarnos al pensamiento de Simone de Beauvoir.
Cercana a su amigo, el filósofo fenomenólogo Merleau-Ponty, Simone de Beauvoir comprende el cuerpo no como un objeto material, sino como un cuerpo vivido como vehículo del ser-en-el-mundo que determina nuestras aprensiones del mismo e interviene en los diversos proyectos. Estas ideas coexisten, no obstante, con la influencia de Sartre y su caracterización del cuerpo como mera carne, entendida ésta como objeto contingente que es definido y dominado por la mirada subjetiva de otros. Esto explica que Beauvoir vea el cuerpo femenino como un objeto del deseo del otro, más que como cuerpo-sujeto. (Beauvoir, 2000, p. 457)
Mientras el hombre toma su cuerpo como una relación directa y normal con el mundo válido para todos, esto no es así en el caso de la mujer. Beauvoir recalca el hecho de que a la mujer la experiencia de su cuerpo le ha sido impuesta desde fuera, al mismo tiempo que ha sido reducido a sus funciones biológicas. De ahí que, la filósofa diga que el cuerpo de la mujer es algo otro para ella; en otras alabras, la mujer no vive su cuerpo como suyo, sólo es un cuerpo para otros, para los hombres, sin poder llegar a apropiarse de él. Este cuerpo-objeto es vivido como un obstáculo, como algo que la oprime sin poder ejercer algún control y determinando un modo de existir sin autonomía ni libertad.(Beauvoir, 2000, p. 15).
Para finalizar, y a propósito del cuerpo, del sexo, y de lo femenino; un extracto de Anaïs Nin en Delta del Venus (1976) que dice así:
“Sentí que la caja de Pandora contenía los misterios de la sensualidad femenina, tan distinta de la masculina que el lenguaje de los hombres no resultaba adecuado para describirla. El lenguaje del sexo aún está por inventarse (…) Pero aunque la actitud de las mujeres hacia el sexo fuera por completo distinta de la masculina, aún no hemos aprendido a escribir sobre el tema.”
Referencias
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Beauvoir, Simone de. La Fuerza de las Cosas. Trad. E. De Olaso, Buenos Aires, Sudamericana, 1964.
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Beauvoir, Simone de (2000): El Segundo Sexo. I. Los hechos y los mitos y II. La experiencia vivida, Madrid, ed. Cátedra (1ª ed. francesa, 1949).
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Cid López, R. M. (2009). Simone de Beauvoir y la historia de las mujeres. Notas sobre El Segundo Sexo; Simone de Beauvoir and WomenS History. Some Remarks On The Second Sex. Investigaciones feministas, 65-76.
- Sáenz, C. L. (2012). Merleau-Ponty (1908-1961) y Simone de Beauvoir (1908-1986). El cuerpo fenoménico desde el feminismo. Sapere Aude-Revista de Filosofia, 3(6), 182-199.
Citas
1Sarte, J. P. “El Ser y la Nada”. Ed. Posada, 2016, pág. 65.
2 Carol Hanisch (1969), “The Personal is Political”.
3Entrevista disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=F6E9axaymJg